El Parque del Oeste

El buen tiempo y la incipiente floración que empieza a brotar ya en parques y jardines constituyen sin duda estupendas razones para animarnos, a los que gustamos del sencillo disfrute del paseo, a encaminar nuestros pasos hacia estos apacibles lugares, alegrándonos de que Madrid, pese a distar de los niveles medioambientales que a muchos madrileños nos gustaría, sea una ciudad relativamente verde, pues está reconocida como una de las capitales más arboladas del mundo.

Pequeños y grandes parques salpican la ciudad y es de uno de ellos, precisamente del que fue el primer parque público creado como tal en la Villa de Madrid, del que hoy voy a hablar: El Parque del Oeste.

El origen de este parque se remonta a finales del siglo XIX, cuando en el marco de los planes urbanísticos asociados al ensanche de la ciudad se decide reservar como zona de uso público parte de los terrenos del antiguo Real Sitio de La Florida, propiedad perteneciente con anterioridad a la Corona, y que había resultado expropiada a raíz de la proclamación de la República en 1873, cediéndose al Ayuntamiento. Los terrenos destinados al Parque formaban parte de la llamada Tierra de San Antonio, que se extendía entre la Cuesta de Areneros (c/ Marqués de Urquijo) y el Arroyo de San Bernardino, y entre el paseo de San Antonio (Pº de la Florida) y el de San Bernardino (c/ Princesa). Dado que la orografía del terreno ofrecía gran desnivel se optó por un diseño de parque de estilo paisajista, a la manera de los jardines ingleses, en el que abundasen los senderos, las laderas verdes y una gran diversidad arbórea. El autor del proyecto fue D. Celedonio Rodrigáñez y Vallejo, director por entonces de Jardines y Plantíos del Ayuntamiento y a él le sucedería pocos años después en los trabajos de consolidación y ampliación del parque su principal ayudante, el Jardinero Mayor del Ayuntamiento D. Cecilio Rodríguez.

El Parque del Oeste fue inauguración el 3 de septiembre de 1905 y, en su primera fase comprendía una superficie de 37 hectareas, en las que se incluían las actuales calles de Moret, Séneca y Paseo de Camoens. En 1906, siendo alcalde Alberto Aguilera, se inició la segunda fase, que se levantaría sobre las escombreras existentes en los terrenos paralelos al actual Paseo de Pintor Rosales. El Parque que hoy conocemos es el resultado de la extensión que finalmente se acometería entre los años 1956 y 1973, incorporando al conjunto los jardines de la Rosaleda, el Parque de la Tinaja y los jardines del Templo de Debod.

Durante la Guerra Civil el Parque del Oeste fue línea de frente del bando Republicano, permaneciendo actualmente como testimonio de aquella triste contienda bélica los visibles impactos de balas en el monumento al Dr. Federico Rubio o, más ostensiblemente, en los restos de edificaciones militares como los tres bunkers de ametralladoras que, en bastante buen estado, se conservan en la parte del Parque próxima a la Avenida de Séneca.


Para hacer un recorrido completo del Parque recomiendo iniciarlo en uno de sus extremos, por ejemplo el aledaño a Moncloa, e ir bajando tranquilamente hacia la zona central del Paseo de Camoens, para acercarnos luego hacia La Rosaleda y concluir en los jardines de Debod. Por el camino contemplaremos hermosos y variados árboles, como el impresionante Cedro del Atlas (catalogado como árbol singular por la Comunidad de Madrid), multitud de monumentos (a Simón Bolívar, a Miguel Hidalgo, al Doctor Federico Rubio, a Elena Fortún, o al maestro, por citar algunos), pasearemos por la agradable senda junto a La Ría, construida en el lugar por donde antiguamente corría el arroyo de San Bernardino y nos acercaremos, quizás incluso a beber, al manantial de la Salud, uno de los pocos que mantiene la ciudad y que pese a los años y a las recomendaciones municipales relativas a ser aguas no tratadas, mantiene aún incondicionales seguidores que acuden díariamente a llenar botellas de agua para su abastecimiento particular (cuenta la tradición popular que es buena para el estómago, el hígado o el tiroides). Junto a estos alicientes, el Parque también nos ofrece edificaciones y recintos singulares, como el horno y chimenea de la antigua Fábrica de Cerámica, los ya mencionados bunkers de la Guerra Civil, el Teleférico o la Rosaleda.

Sin duda un agradable paseo que podremos complementar, para que no todo sea ver y andar, quizás con una cervecita y algún acompañamiento alimenticio en alguna de las terrazas del Paseo del Pintor Rosales o, si decidimos concluir en la parte baja del Parque, la aledaña a las vías del tren a la altura de la Ermita de La Florida, donde encontraremos un paso elevado que nos franquea el posible paso al otro lado, con una sidrita en Mingo o un aperitivo en cualquiera de los numerosos bares y terrazas del Paseo de la Florida camino hacia la Estación de Príncipe Pio.