Al pasas
por la Plaza de Herradores verás, en la esquina de esta con la calle Hileras,
una placa indicativa de que allí estuvieron en el siglo XVII las paradas de las
sillas de manos, los primeros “taxis” de la ciudad. Si como a mi te mueve la curiosidad por saber algo más del funcionamiento de este antiguo
negocio y de su grado de incidencia en la vida ciudadana de entonces, te invito
a seguir leyendo y dejarte llevar mentalmente en el tiempo:
En el siglo XVI Madrid es una ciudad en clara expansión. Felipe II ha fijado en ella la capitalidad de su Imperio y son numerosas las personas, -cortesanos, nobles, comerciantes, artesanos y gentes en general en busca de oficio y beneficio-, que se suman a su población natural, triplicándola en número en poco tiempo. Los desplazamientos dentro de la urbe, con numerosas calles estrechas, dificultan el uso de carruajes, por lo que caballos y sobre todo mulas son los medios de transporte más utilizados. Pero el tránsito conjunto de personas y animales, no siempre bien controlados,se hace incómodo en espacios estrechos y además sale caro (alimentación, alojamiento, mantenimiento, etc). Las autoridades empiezan a restringir el uso de estos dentro de la ciudad y es necesario encontrar alternativa. Cortesanos y nobles, recelosos de mezclarse en las calles con el vulgo, encuentran una solución en las "sillas de manos". Pronto este medio, más
allá de cubrir la simple necesidad de desplazamiento, se convertirá en un símbolo representativo de lujo y estatus social. Las damas serán sus principales usuarias.
Una
silla de manos, en esencia, es simplemente un compartimento de madera con un asiento (los de dos generalmente se usaron en las llamadas literas, de estructura similar pero portado sobre mulas), ventanales con cortinillas en las paredes (para evitar ser visto si así se deseaba) y que tiene a cada costado del habitáculo unos herrajes por los que se pasa una gran
vara que permite que dos o cuatro personas puedan levantarla y desplazarla.
Las
primeras sillas fueron al principio carruajes particulares que como tales se
decoraban a menudo profusamente atendiendo al gusto y dinero de sus dueños,
pero con el tiempo su uso siguió proliferando, apareciendo ya a finales del XVI
y principios del XVII los nuevos servicios de alquiler de sillas de manos y/o de
porteadores. Para facilitar y organizar el servicio en Madrid se establecieron paradas fijas en diversos lugares, como las plazas de Herradores, Cebada, Antón Martín, Santo Domingo, Provincia,
Puerta del Sol y Palacio Real.
Los porteadores de las sillas
de manos eran dos jóvenes (cuatro en algunas ocasiones) que recibían el nombre de “silleteros”. Estos soportaban todo el peso
del viajero y de la silla sobre sus hombros mediante unas correas que cruzaban entre las barras. Si la distancia a recorrer era especialmente larga a veces se contrataban silleros de relevo, a fin de evitar desfallecimientos y garantizar en lo posible durante
el trayecto un paso uniforme que facilitase la comodidad del viajero.
Debido
a que proliferó mucho el número de jóvenes que, habiendo llegado sin oficio a
la capital procedentes de otras ciudades y villas, se ofrecían de silleros como
forma fácil de ganarse la vida (sólo se precisaba una buena constitución física
y aportar el correón con que llevar la silla) pronto surgieron problemas con
dicho colectivo y las autoridades se vieron en la necesidad de regular la
profesión. Así, en 1611 se dispuso por ley que ninguna persona podía ser mozo
de sillas de alquiler en nuestra Corte sin tener licencia para ello.
Igualmente, para evitar abusos, se establecieron criterios reguladores relacionados con el precio del
servicio: Por un traslado de ida y vuelta cada uno de los mozos de silla cobraba
en el año 1600 un real, cantidad que según aparece reflejado en el Pregón de la
Villa del año 1613 fue posteriormente elevada a real y medio.
La moda de las sillas de manos fue tal durante los
siglos XVII y posterior que el hecho llegó incluso a influir en la construcción
de las casas principales, haciendo por ejemplo que las escaleras de estas se
hiciesen con peldaños anchos, de forma que los mozos de silla pudieran subir a
las señoras hasta la antesala de la casa. ¿También fueron entonces estas sillas los primeros
ascensores?