Capilla del Obispo


Aneja a la Iglesia de San Andrés pero sin acceso directo desde la misma, se encuentra la famosa Capilla del Obispo, erigida en el siglo XVI para albergar los restos del patrón de Madrid: San Isidro Labrador.

Fue Francisco de Vargas Medina, chanciller mayor de Castilla y consejero real (primero de los Reyes Católicos y luego de Carlos V), quien mandó construir en el año 1520 esta capilla, reforzando sin duda con su acción tanto la imagen de poderío económico como el estrecho vínculo de la familia Vargas con el santo, ya que recordemos San Isidro labró su historia de santidad trabajando para uno de los Vargas allá por el siglo XII.

La capilla se construyó en el lado norte de la Plaza de la Paja, uno de los espacios públicos más representativos del Madrid de la época, aprovechando el terreno aledaño al nuevo palacio que los Vargas se habían hecho construir allí (el edificio lo ocupa actualmente el Colegio Santa Bárbara) y que, además, lindaba con la Iglesia de San Andrés en donde, con algún que otro ir y venir, se custodiaban los restos del santo.

La construcción de la capilla se prolongó durante bastantes años, siendo ya el hijo del promotor, Gutierre de Vargas y Carvajal, Obispo de Plasencia, quien la finalizó y dirigió en 1535 el traslado allí de los restos del santo. No obstante la estancia de estos en el lugar no duraría demasiado, pues diversas disputas de protagonismo clerical devolvieron nuevamente en 1544 la custodia de los restos a la iglesia de San Andrés (actualmente se conservan, junto a los de Sta. Mª de la Cabeza, en la Real Colegiata de San Isidro, en la calle Toledo).

Desestimado a partir de aquel momento el propósito inicial de la capilla, Gutierre de Vargas decide destinar la misma a panteón familiar. Manda entonces cerrar la puerta que la unía con San Andrés y encarga el retablo que hoy podemos admirar, así como los sepulcros tanto de sus padres como el suyo propio. La capilla, cuyo nombre oficial era y es Capilla de Santa María y San Juan de Letrán, pasa pronto a ser conocida, en honor a su impulsor, como “Capilla del Obispo”.

El edificio, monumento nacional desde 1931, representa la transición del gótico (nave y ábside cubiertas por bóvedas góticas de crucería) al renacimiento, siendo uno de los escasos edificios de dicho estilo que existe actualmente en Madrid. La fachada se asemeja más a la de una residencia palaciega que a la de una capilla religiosa y quizá por ello, y por no tener culto y encontrar tapiada su conexión con la iglesia, se libró de la destrucción intencionada que sufrieron durante la Guerra Civil otros recintos religiosos..

Para acceder a la Capilla deberemos subir la doble escalinata que da a la Plaza de la Paja y, tras traspasar la puerta de fachada, pasar a un pequeño patio tipo claustro en donde encontramos la verdadera puerta de la Capilla. Esta es un recinto de una sola nave, con altos muros, varios ventanales en la parte superior que iluminan el recinto y una cubierta de bóveda de crucería. La arquitectura interior es visualmente sencilla, destacándose sobre ella los elementos escultóricos: El retablo y los sepulcros.


El retablo, de madera policromada, representa distintos momentos de la vida de Cristo. Es de claro estilo manierista y fue tallado por Francisco Giralte, discípulo de Berruguete. También son obra del mismo artista los sepulcros en alabastro que a ambos lados del retablo nos muestran a Don Francisco de Vargas y Doña Inés Carvajal, padres del obispo, así como el hermoso sepulcro del propio Gutierre de Vargas, situado en el lateral derecho de la capilla.

Durante muchos años la Capilla del obispo estuvo cerrada al público, pero por suerte y tras una importante rehabilitación, en 2010 se abrió a los visitantes. Si no la conoces merece la pena ir a verla (infórmate de los horarios, pues no siempre está abierta).

Para finalizar esta entrada del blog quiero hacer un pequeño apunte en relación con el nombre de la plaza en la que se encuentra la Capilla del Obispo, pues dicho topónimo guarda relación con esta: Finalizada la construcción de la Capilla, se llamó Plaza de la Paja a esta porque en ella se subastaba la paja que se otorgaba a los canónigos de dicha capilla y de la iglesia de San Andrés para el mantenimiento de las mulas que poseían y que utilizaban para sus desplazamientos por la villa y aledaños. ¿Lo sabías? 

Picasso en Lavapiés

Cerca de la Plaza de Tirso de Molina, en la confluencia de la calle de San Pedro Mártir con la de la Cabeza, llama la atención un curioso conjunto de cuatro murales cerámicos que, a modo de falsas balconadas, se eleva por la fachada del edificio que allí hace esquina. ¿Has reparado en ellos?

Inaugurados el 25 de octubre de 1981, aniversario del nacimiento de Pablo Ruiz Picasso, estos murales fueron un encargo del Ayuntamiento de Madrid a la ceramista Lola Gil para, con ellos, dejar constancia conmemorativa del primer centenario del nacimiento del artista malagueño  y de su estancia en nuestra ciudad, pues fue en esta casa, concretamente en la vivienda del piso 2º izquierda, donde Picasso vivió durante nueve meses, cuando con 16 años vino por primera vez a Madrid a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.



Los cuatro murales cerámicos nos muestran composiciones imaginadas por la artista en las que, a través de falsos balcones, se muestran aparentes escenas de vecindad con elementos claramente referenciados a diversas obras de Picasso: En el 4º piso se representa al artista vestido como uno de sus conocidos Pierrot. En el 3º, una mujer que nos recuerda a “Mujer en blanco” se asoma a la baranda mientras al fondo de la estancia un búho, similar a los que aparecen en platos y cerámicas creadas por Picasso, completa la estampa de la supuesta habitación. En el 2º piso la referencia son los cuadros “El Retrato de Gertrude Stein” y “Mujer con abanico”, completados con un par de cabezas de fauno asomando entre los barrotes. Por último, en el piso 1º, iluminados por una lámpara a lo “Guernica” y contemplados por unos personajes cubistas, un Pablo Picasso viejo y un Pablo Picasso joven, juegan cartas con un vecino del inmueble. ¿Le reconoces?

Pues sí, se trata del popular José Isbert, aquel entrañable actor de los años 50 y 60 que, por poner sólo algunos memorables cinematográficos ejemplos, fue alcalde de Villar del Río (Bienvenido Mister Marshall), matarife jubilado (El verdugo), aspirante a inválido (El cochecito) o abuelo desesperado por la pérdida del pequeño Chencho (La gran familia). En el mural del que hablamos aparece representado porque él también fue vecino de esta casa, -de hecho nació en ella-, y con este guiño se ha querido homenajear de paso al actor. Lo de representarles jugando juntos a las cartas es un simple recurso escénico de la artista, pues no sólo no compartieron que se sepa mesa en su edad madura, si no que tampoco es previsible que lo hiciesen en en los años 1897 y 98, pues José era un niño de 11 años con gustos y costumbres seguramente infantiles como correspondía a su edad y Pablo, con 16, un joven que ya estaba incorporándose al mundo de los adultos.

Cuesta de Moyano

El mundo digital sin duda ha asentado sus reales en la sociedad actual y, al hacerlo, usos y costumbres que hasta no hace mucho considerábamos enraizadas van viéndose modificadas de forma progresiva. Una de ellas claramente es la compra y lectura de libros en formato papel, pues pese a seguir a fecha prefiriéndose mayoritariamente dicho soporte al electrónico (dato refrendado por el CIS y que sin duda mucho tiene que ver con que buena parte de ese 63% de índice de lectores existentes en nuestro país nació antes del boom digital) cada vez más la impresión en papel tenderá a ir reduciendo su ámbito de existencia. ¿Qué uso real tienen en nuestras casas ya, por ejemplo, todos esos volúmenes enciclopédicos del Espasa o del Larousse que siguen llenando nuestros estantes y que un día seguramente adquirimos como culturalmente imprescindibles?

Es evidente que el libro en papel se hace viejo, pero por suerte aún mantiene para muchos un encanto especial que va más allá de la propia evasión de la lectura y se recrea incluso con el objeto en sí. ¿Eres de los que disfrutas ojeando libros?

Madrid cuenta con abundantes y buenas librerías, pero no es de ellas de lo que hoy quiero hablar, sino de una de las ferias permanentes del libro más antiguas en Europa: La Feria Cuesta de Moyano.

Como seguramente conoces, la Feria de libros Cuesta de Moyano es un agradable espacio de compra venta de libros en el que estos se exponen en casetas abiertas a la calle, sobre el mostrados de las mismas y en mesas auxiliares instaladas junto a ellas. La oferta es variada, pudiendo encontrar allí publicaciones antiguas y actuales, ediciones nuevas y de segunda mano a buenos precios y que por su singularidad atrae, especialmente los domingos por la mañana, no sólo a bibliófilos y ávidos lectores de limitados recursos económicos, sino a muchos curiosos simples paseantes.

Situada a un costado del Real Jardín Botánico, la calle de Claudio Moyano en la que se ubica este conjunto de casetas se conoce popularmente como Cuesta de Moyano por el evidente desnivel de la calle, peatonalizada en el 2007, que asciende desde la confluencia del Paseo del Prado con Atocha hasta las lindes del Parque del Retiro.

Esta feria permanente del libro nació en 1919, a raíz de la decisión de un sector de libreros, que participaba desde finales del XIX en otra feria más generalista existente por entonces en Atocha, de escindirse de esta e instalarse, como feria especializada, en el Paseo del Prado, delante del Jardín Botánico. En 1924 la feria sería trasladada por iniciativa municipal a la calle Moyano y un año después quedaría regulado el espacio destinado a la misma: Se estableció un máximo de 30 casetas a instalar, todas ellas con un similar diseño en madera y con idénticas dimensiones (15 metros cuadrados) y se fijó un canon mensual de arrendamiento que oscilaba entre las treinta y las cincuenta pesetas. Parece ser que el nuevo emplazamiento realmente nunca gustó demasiado a los libreros, que preferían el Paseo del Prado por su mejor visibilidad y mayor tránsito de personas, pero pese a más de un tira y afloja con la municipalidad, allí quedarían ya establecidos para siempre. Bueno, no exactamente del todo, pues en dos ocasiones se les trasladó provisionalmente a su ansiado Paseo del Prado: La primera fue en 1986 como consecuencia de la renovación de los puestos (se les dotó, entre otras mejoras, de agua, calefacción y teléfono), y la segunda en el año 2004 tras el incendio de una estación eléctrica situada en las proximidades, y cuya nueva ubicación se decidió fuera en el subsuelo de la Cuesta Moyano, circunstancia ésta que se aprovechó para afrontar una amplia remodelación en la zona y, entre otras cosas, hacerla peatonal. El 19 de abril de 2007 las 31 casetas de las que consta actualmente la feria (se añadió una reservada al propio Ayuntamiento), reabrieron nuevamente al público con la estructura que hoy contemplamos (la reforma respetó el diseño original de las casetas, siendo estas una réplica exacta de las que había en el año 1925).

La calle se halla presidida, en su extremo más próximo a Atocha, por la estatua de quien da nombre a la misma, el zamorano Claudio Moyano y Samaniego, político español de la segunda mitad del siglo XIX, de ideología liberal, artífice de la ley de instrucción pública de 1857, -conocida popularmente como “Ley Moyano”-, que estructuró y reguló el sistema educativo español durante más de 100 años, hasta ser desbancada en 1970 por una nueva Ley General de Educación. 

En el otro extremo de la calle, en su parte alta, Pio Baroja vela desde 2007 por el mantenimiento literario de esta calle. La estatua, creada en 1980, estuvo con anterioridad instalada en el interior del recinto de los Jardines del Retiro, pero se decidió trasladarla aquí, al remodelarse la calle de Moyano, en recuerdo a los paseos que el escritor daba frecuentemente por ella, recreándose en las casetas (fue uno de los firmantes de la petición que en su día se hizo al Ayuntamiento de Madrid para que se destinara un espacio fijo para instalar la feria permanente del libro).

¡Ojo pues, don Pio!