Pese a que el Alcázar madrileño está cerca de estos nuevos terrenos adquiridos, Felipe II va a elegir como residencia para sus escapadas cinegéticas y lugar temporal de descanso del ajetreo de la corte, un palacete adquirido a los Vargas, influyente y potentada familia poseedora también en Madrid, por ejemplo, del palacio de la Plaza de la Paja (para Iván de Vargas trabajó Isidro, el labrador que se convertiría en santo y patrón de Madrid). Este palacete es el que podemos ver justo a la entrada de la Casa de Campo cuando accedemos por su puerta principal o Puerta del Rey, así llamada precisamente porque durante muchos años este acceso al parque estuvo reservado exclusivamente a la comitiva real (de esta puerta solo quedan hoy los pilares que sustentaban las rejas, pues tras las obras para la creación de Madrid Río se decidió, incomprensiblemente, eliminar la puerta como tal y dejar sólo esas columnas alegóricas).
Para el visitante desconocedor de la historia seguramente este Palacete de los Vargas, nombre con el que es conocido, no despertará demasiado interés, pues el edificio, sin uso y cerrado desde hace años, muestra una fachada bastante anodina, a lo que se suman unos aledaños que no gozan a menudo del cuidado y presencia deseable, pues, sin ir más lejos, diversas casetas de obra permanecen a la entrada de los Reservados Grande y Chico desde tiempos que se pierden ya en la memoria. ¡Que distinto sería si se devolviese al lugar algo del esplendor que antaño tuvo!

Del primitivo jardín renacentista del Reservado Chico poco se conserva, pues desaparecieron de allí parterres y ornamentación, siendo ocupando el espacio hoy mayoritariamente por un vivero municipal. Lo que sí se mantiene es una curiosa galería de grutas artificiales cuya existencia es seguramente desconocida para la gran mayoría de madrileños, pues desde hace años permanece oculta a la vista general tras una valla (se construyó en su día una cubierta que protege la instalación, pero la falta de presupuesto viene impidiendo que se acometa realmente la verdadera restauración patrimonial).
En el siglo XVIII sobre las Grutas se construyeron viviendas para los jardineros y guardianes del Palacete, viviendas que años después serían mandadas derribar por José Bonaparte cuando, reinando en España, utilizó frecuentemente dicho Palacete como residencia (dicen que se encontraba allí con sus amantes y que allí también iba a buscar una paz y una seguridad que a menudo no percibía en un Madrid que nunca llegó a quererle como rey). Durante largo tiempo la galería de grutas sufrió abandono y una parte de ellas quedó destruida definitivamente (a finales del siglo XIX se construyó sobre esa parte la torreta de guardia de estilo neomedievalista que actualmente permanece).
Confiemos en que Ayuntamiento y Conservación del Patrimonio no se olviden de este palacete y de sus reservados y algún día podamos verlos recuperados. ¿Por qué no rehabilitar el conjunto como museo histórico de la Casa de Campo? ¡Seguro que a mucha gente, madrileños y visitantes, les resultaría una propuesta atractiva!