
La contundencia energética de buena parte de nuestra cocina más tradicional fija sus raíces en las costumbres
culinarias castellanas, las cuales a su vez se encuentran muy influenciadas por los métodos e ingredientes que previamente habían asentado árabes y judíos en la cocina de
estas tierras.
El cocido madrileño, nuestro plato más popularmente conocido, es un claro ejemplo de lo anteriormente dicho. Su origen
primigenio se encuentra en la llamada “adafina” sefardí,
un guiso que realizaban los judíos ante la llegada del Sabbat (día sagrado que se corresponde con el séptimo día de la semana en su calendario y que equivale a nuestro sábado). Puesto que en tal día estaba prohibido realizar determinados trabajos, como el cocinar, antes del atardecer del viernes en las casas se ponía a cocer una olla con abundante agua y se añadían a ella garbanzos, alubias, huevo, verdura y carnes (que no fuesen de
cerdo, pues este como sabemos está vetado como alimento por la ley mosaica). Dicha olla se dejaba cubierta toda la noche entre los rescoldos de la lumbre para
que los ingredientes se cocieran lentamente y así al amanecer, ¡tachán!, la comida
estaba lista y no había que cocinar. Para alimentarse durante el Sabbat bastaba tan sólo con ir volcando parcialmente el
contenido de la olla en una fuente y comer. Dicho sencillo acto de volcar la olla para servirse dejó grabado para la posteridad la denominación "vuelcos", con
los que tradicionalmente se identifican los diversos platos del cocido presentados a los comensales. Los judíos
conversos incorporarían posteriormente a este cocido inicial adicionales viandas
procedentes del cerdo (tocino, chorizo y morcilla) con el objetivo fundamental
de despejar ante la Inquisición las posibles dudas sobre su confesionalidad religiosa
(resulta curioso ver como la religión dejó su impronta en el cocido, pues no sólo ayudó a incorporar como hemos visto el cerdo y la palabra "vuelcos", sino que ahí tenemos también la de “sacramentos” dada a las carnes y embutidos del
acompañamiento, o incluso, aunque esta quizás algo más rebuscada, la de "gabrieles" con los que castizamente se denomina a los garbanzos y que algunos piensan que hace alusión al arcángel).
La mencionada adafina judía evolucionó en la edad media a la que
muchos consideran como la madre de todos los cocidos de nuestro país y de buena
parte de los de Hispanoamérica: La olla podrida. Un plato que si bien introdujo mayoritariamente la alubia roja como legumbre principal, mantendría en amplias zonas de Castilla el protagonismo del garbanzo sobre esta. Las diversas ollas culinarias pasarán a llamarse cocidos
posteriormente, ya durante el siglo XVIII.

Más allá del cocido familiar que se cocina en la casa de
cada uno, Madrid cuenta con afamados restaurantes que presumen de hacer los
mejores cocidos madrileños: Casa Carola, La Bola, Lhardy, Malacatín, Taberna Daniela,
etc. Una buena oportunidad para comprobar si estamos de acuerdo con la fama de
algunos de estos y si sentimos curiosidad por conocer otros restaurantes, tanto de la capital como de los pueblos de la Comunidad de Madrid, que lo incluyen entre sus especialidades, ahí tenemos la denominada “Ruta del cocido madrileño”, iniciativa que se pone en marcha todos los años y que cuenta con la participación de más de 30 restaurantes y que se celebra por lo general entre mediados de febrero y finales de marzo.
Bueno, creo que es hora de terminar ya con este post, y para ello nada más apropiado que hacerlo musicalmente con el conocido “cocidito madrileño” de Quintero, León y Quiroga que popularizó Pepe Blanco. ¡Buen provecho!
Bueno, creo que es hora de terminar ya con este post, y para ello nada más apropiado que hacerlo musicalmente con el conocido “cocidito madrileño” de Quintero, León y Quiroga que popularizó Pepe Blanco. ¡Buen provecho!