
En el número 12 de la calle Arrieta, cerca de la Plaza de la Encarnación, un
edificio singular llama sin duda la atención del paseante por los dos enormes y
forzudos atlantes de piedra que, a ambos lados de la puerta, parecen sostener la fachada.
Alzando la vista vemos que se trata de la Real Academia de Medicina y que el
edificio se encuentra además coronado por un gran escudo y dos figuras de mujer (alegorías
de la Medicina y de la Ciencia).
Las Reales Academias, surgidas del espíritu de la
Ilustración y amparadas por la Corona, empezaron a constituirse en España en el
siglo XVIII. Existen ocho Reales Academias oficiales con sede en Madrid (la RAE o de La
Lengua, la de Bellas Artes de San Fernando, la de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales, la de Ciencias Morales y Políticas, la de Medicina, la de
Jurisprudencia y Legislación, y la de Farmacia). Además de estas, que tienen un
carácter centralizador, hay otras cincuenta
Reales Academias con dimensión autonómica y sectorial.

La
Real Academia de Medicina, al igual que ocurrió con las
de otras disciplinas, asienta por lo visto sus orígenes en la actividad de un grupo de asiduos
tertulianos, médicos y farmacéuticos de profesión, que se reunían en la
rebotica del nº 10 de la calle de la Montera (propiedad de José Ortega) y que en
1733 deciden constituirse en agrupación profesional con el nombre de Tertulia Literaria
Médica Matritense, la cual pasaría al año siguiente a convertirse en Academia
por Real Decreto de Felipe V. Su objetivo fundacional: “Fomentar el progreso de la
medicina española, publicar su historia bibliográfica, formar la geografía
médica del país y un diccionario tecnológico de la Medicina”.
Tras su constitución, la Real Academia de Medicina pasó por
diversas sedes a lo largo de los años hasta asentarse definitivamente, a comienzos del siglo XX, en su
ubicación actual, gracias a un real decreto por el que se aprobaba la
construcción de un nuevo edificio, pensado ya específicamente para servir a dicha
institución, en el solar de la calle de Arrieta que hasta ese momento había
ocupado la Biblioteca Nacional. El arquitecto fue Luis María Cabello Lapiedra y
la
primera piedra, valga la curiosa redundancia,
se colocó en 1911, finalizando las obras
en 1914. Puede observarse que en la fachada del edificio están grabadas la
fechas significativas de constitución de la Academia (1733) y de inauguración
de la sede (1913), detalle este último que nos lleva a constatar que entonces,
como ahora, las inauguraciones no siempre se hacían después de la finalización de las
obras.

El interior del edificio, más allá de las salas de
exposición temporal habilitadas en su planta baja, sólo es visitable en determinadas
ocasiones, por lo que conviene aprovecharlas. Una de ellas ha sido con motivo de la X Semana
de la Arquitectura y he de decir que la visita mereció la pena.
Tras atravesar
el zaguán de entrada (se muestra en él una de las copias originales del famoso
plano de Texeira) encontramos el vestíbulo y el Patio de Honor (el solar del edificio es relativamente
pequeño y toda la edificación se construyó buscando la optimización de
espacios). Este último presenta un bonito techo acristalado y está rematado con una majestuosa
lámpara de La Granja. Pasando el Patio se entra en la que sin duda es la pieza más interesante
de la casa: El Salón de Actos. Coquetón, solemne y con apariencia de reducido teatro, se
encuentra presidido, con permiso de la mesa, por un gran cuadro de
Felipe V.
Frente a la presidencia, o
mejor dicho de costado a ella, los sillones de los 50 académicos. A continuación,
en butacas de patio y anfiteatro, el resto de asistentes. Retratos de
destacadas figuras de todos los tiempos ligadas a la medicina contemplan la
sala desde medallones en lo alto de las paredes.


El guía nos lleva seguidamente al denominado Salón
Amarillo, que en realidad es la antesala al Salón de Actos destinada a los señores académicos,
y que se encuentra decorado con elegantes muebles y con retratos de insignes médicos, como el de José Celestino Mutis (recordar que es
el que aparecía en los antiguos billetes de 2000 pesetas) o el del académico
Amalio Gimeno, pintado por Sorolla y que recojo en la fotografía adjunta. También se encuentra en este salón un busto
del gran Santiago Ramón y Cajal, obra del escultor Victorio Macho. La visita prosigue
pasando al Salón Azul, en el que llaman la atención sobre todo dos cosas: el
suelo primitivo de azulejos hidráulicos, descubierto no hace demasiado bajo una moqueta azul (de
ahí el nombre que se dio a esta estancia), y un curioso cuadro, cedido por el
Museo del Prado, titulado Centro de Vacunación y que hace referencia al
importantísimo descubrimiento de la vacuna.
En el primer piso, el tradicionalmente concebido como
principal en las casas de época, encontramos el Salón de Gobierno, lugar donde los académicos celebran
sus reuniones de trabajo, y la hermosísima biblioteca. El edificio tiene un piso
más, pero creo que no es visitable, o al menos no lo fue en el recorrido que nos mostraron (entiendo que no contiene ya aspectos destacables
para los foráneos a la institución).
Si tienes curiosidad sobre la actividad actual de la
Real Academia de Medicina te propongo que accedas a su web. ¡Salud!