
La Casa de Campo, el gran pulmón verde de la ciudad, es destino recurrente de los urbanitas madrileños que, añorantes del contacto con la naturaleza, gustamos de pasear sin prisa, a pie o en bicicleta, por sus múltiples caminos y senderos, descubriendo frecuentemente en cada nueva visita
rincones en los que no habíamos fijado antes nuestra atención, o que se ven transformados con los matices que cada estación anual aporta.
Enamorado como estoy de la Casa de Campo tengo intención de compartir en este blog varias de las rutas que suelo hacer en bicicleta por su interior y en las que pueden verse árboles singulares y elementos curiosos o con historia digna de ser recordada. Pero eso será otro dia, pues ahora, en esta primera entrada, deseo centrarme en la historia del recinto. ¡Vamos allá!.

Cuando en el siglo XVI Felipe II decide trasladar la
Corte a Madrid manda adquirir, para lugar de esparcimiento real y coto privado de caza, diversas fincas en las proximidades del Alcázar
(situado donde hoy está el Palacio Real). Según consta en Real Cédula expedida
en 1562, la corona consigue hacerse con la casa de campo de Fadrique de Vargas
y con varios terrenos colindantes, ampliando en años posteriores estos dominios
con nuevas adquisiciones y conformando así el núcleo central del parque que hoy
conocemos. La antigua residencia de los Vargas será acondiciona, transformándola
en una villa-palacete de recreo, y se le añadirá anexo un jardín que será
conocido como El Reservado (ambos los puedes ver a la entrada de la Casa de
Campo por la Puerta del Rey). Se encarga también en aquel momento la construcción de cinco
estanques y las canalizaciones necesarias para abastecerlos (el agua será
aportada fundamentalmente por el Arroyo Meaques). Indicar que algunos de estos estanques
eran ya por lo visto navegables con pequeñas embarcaciones de recreo y al menos uno, situado en
donde ahora está la gran explanada del aparcamiento del Lago, era de poca
profundidad y solía helarse en invierno, utilizándose con frecuencia como pista de patinaje. Este uso del estanque por parte de la realeza y sus invitados
perduró hasta el siglo XX, razón por la que la glorieta que hay junto al aparcamiento se
llama en la actualidad "de Patines". Estosa diversos estanques
desaparecieron, quedando hoy un único estanque grande, construido en el siglo XIX y que conocemos como “El Lago”.

Durante el reinado de Felipe III el aspecto lúdico deja de
ser la única finalidad de la Casa de Campo, dedicándose parte de sus terrenos
al cultivo de la tierra y a la cría de ganado, aves y peces, con el fin de que
el recinto tenga independencia económica. Se encarga la reforma del palacete y
los jardines al arquitecto Juan Gómez de Mora, autor también en Madrid de la
Casa de la Villa y el Palacio de Santa Cruz. En esta época se instala junto a
la fachada norte del palacete la estatua ecuestre del rey (es la que
actualmente y desde 1848 podemos ver en el centro de la Plaza Mayor).

En el reinado de Felipe IV el interés por la Casa de Campo como
lugar de recreo real decrecerá sensiblemente, poniéndose el nuevo foco en el Palacio
del Buen Retiro que se inaugura en diciembre de 1633. Este desinterés, que
producirá cierto deterioro del recinto y de sus instalaciones, se mantendrá
hasta la llegada al trono de los borbones en el siglo XVIII. Con la
construcción encargada por Felipe V del Palacio Real (el Alcazar había sufrido
un importantísimo incendio) la Casa de Campo recuperará su posición como lugar
de ocio real. Fernando VI, hijo del anterior, quintuplicará la extensión del
recinto adquiriendo más de mil hectáreas hacia el norte y hacia el oeste y lo declarará
Bosque Real, acondicionándolo para su uso cinegético. Posteriormente, con Carlos
III se producirá el apogeo en la productividad de la Casa de Campo, con nuevos
cultivos y sistemas de riego para hacerla autosuficiente. En 1773, el rey
encarga al arquitecto Francesco Sabatini un amplio proyecto de reforma de todo
el recinto. Se renueva el palacete, se construyen varios puentes ornamentales
(a destacar el de “la Culebra”), se crean canalizaciones para riego (muchos de
sus restos aún podemos observarlos), se renuevan los caminos interiores, se
levantan algunas pequeñas edificaciones (generalmente hoy desaparecidas) y se
restaura y completa la tapia de ladrillo y mampostería de dieciséis kilómetros
de longitud que cierra el Parque y que en gran parte de su trazado se mantiene
en la actualidad. En esta época, los ingresos anuales que proporcionaba la Casa
de Campo eran de 30.000 reales de vellón, siendo la mitad proporcionados por
los pozos de nieve que había en el recinto (la fuente que hay cerca de la
estación del Lago se llama “del nevero” en clara alusión a los pozos existentes
en la zona). Posteriormente, durante el reinado de Carlos IV, se construyen
principalmente avenidas y plazas que unen los distintos edificios del recinto.
Después vendrán años nuevamente de decadencia para la Casa
de Campo: Serios desperfectos en el arbolado durante la invasión francesa,
proyecto de edificación de un pueblo en su interior durante la regencia de
María Cristina de Borbón que por suerte no acometió, un
pavoroso incendio en 1878, etc. Pese a todo
ello, a comienzos del siglo XX la Casa de Campo subsiste, manteniéndose de los
ingresos provenientes de la venta de hielo, nieve, leña, resina y de la leche,
queso y mantequilla de sus vaquerías, así como de la comercialización de los
productos de sus huertas y viveros.
La Casa de Campo siguió siendo un parque cerrado, para uso y
disfrute exclusivo de la realeza, hasta la instauración de la Segunda República,
en la que mediante decreto se cederá su posesión al Ayuntamiento de Madrid. El
1 de mayo, apenas diecisiete días después de la proclamación de la IIª
República, el Ministro de Hacienda del Gobierno Provisional, Indalecio Prieto,
hizo la entrega al pueblo de Madrid, representado por su Alcalde, Pedro Rico.

Durante la Guerra Civil (1936-1939) la Casa de Campo fue
frente de guerra durante casi toda la contienda, siendo aun visibles en su
interior numerosos restos de trincheras y algunos bunker. La línea del frente
cruzaba el Parque desde el Puente de los Franceses y la Ciudad Universitaria
hasta la zona del actual Alto de Extremadura (Vértice Paquillo). En el conocido
cerro de Garabitas estuvieron emplazadas las posiciones artilleras de los
sublevados que bombardearon diariamente la ciudad durante 30 meses.

Tras la
finalización de la guerra el Parque no se reabrirá nuevamente al público hasta
1946.
En la segunda mitad del siglo XX el Parque se verá “enriquecido” con diversas
construcciones de ocio que atraerán gente a la zona pero mermando parte de su valor ecológico: En 1950 se
crea el Recinto Ferial y la Venta del Batán, en 1961 se lleva hasta allí el ferrocarril
suburbano (estaciones de El Lago y Batán), en 1969 se abre el Parque de
Atracciones y se inaugura el Telesférico, en 1972 lo hace el Zoológico. Como
contrapunto positivo a favor de la ecología, en 2007 se prohíbe el tráfico rodado
a través de la Casa de Campo, quedando únicamente abiertos los accesos al Zoo,
al Parque de Atracciones y al entorno de El Lago. En su día esto levanto quejas
de algunos, pero hoy los madrileños, especialmente paseantes y ciclistas,
agradecemos las decisión.
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