Al referirme a la Casa de Campo en una anterior entrada de este blog ya comenté que el origen de este parque se remonta al siglo XVI, cuando el rey Felipe II compra y une diversas fincas colindantes, que se extienden desde las mismas márgenes del río Manzanares hasta los montes del Pardo, con el propósito de crear una amplia zona privada de caza, actividad a la que era muy aficionado.
Pese a que el Alcázar madrileño está cerca de estos nuevos terrenos adquiridos, Felipe II va a elegir como residencia para sus escapadas cinegéticas y lugar temporal de descanso del ajetreo de la corte, un palacete adquirido a los Vargas, influyente y potentada familia poseedora también en Madrid, por ejemplo, del palacio de la Plaza de la Paja (para Iván de Vargas trabajó Isidro, el labrador que se convertiría en santo y patrón de Madrid). Este palacete es el que podemos ver justo a la entrada de la Casa de Campo cuando accedemos por su puerta principal o Puerta del Rey, así llamada precisamente porque durante muchos años este acceso al parque estuvo reservado exclusivamente a la comitiva real (de esta puerta solo quedan hoy los pilares que sustentaban las rejas, pues tras las obras para la creación de Madrid Río se decidió, incomprensiblemente, eliminar la puerta como tal y dejar sólo esas columnas alegóricas).
Para el visitante desconocedor de la historia seguramente este Palacete de los Vargas, nombre con el que es conocido, no despertará demasiado interés, pues el edificio, sin uso y cerrado desde hace años, muestra una fachada bastante anodina, a lo que se suman unos aledaños que no gozan a menudo del cuidado y presencia deseable, pues, sin ir más lejos, diversas casetas de obra permanecen a la entrada de los Reservados Grande y Chico desde tiempos que se pierden ya en la memoria. ¡Que distinto sería si se devolviese al lugar algo del esplendor que antaño tuvo!
Cuando Felipe II adquiere en 1562 el palacete encarga al arquitecto Juan Bautista de Toledo algunas reformas para embellecerlo y adecuarlo al gusto renacentista imperante. Se incorpora por ejemplo al edificio de tres cuerpos la galería de arcos que se aprecia en algunas ilustraciones de la época (hoy solo nos queda constancia física de estos a través de pequeñas muestras visibles en la fachada posterior del edificio) y, sobre todo, se encarga la creación de un bonito jardín en torno a la casa, el denominado "Reservado Chico", que posteriormente Felipe III ampliará y enriquecerá ornamentalmente (allí se puso originalmente, por ejemplo, la estatua ecuestre de dicho rey que hoy vemos en el centro de la Plaza Mayor, a donde se trasladó en el siglo XIX). Junto al anterior recinto se crea otro reservado, el "Grande", más propio para el paseo en carruaje, que se verá especialmente enriquecido en el reinado de Carlos III, cuando se reestructura el espacio formando avenidas arbóreas de ejemplares de gran porte (en el interior de este Reservado encontramos alguno de los árboles singulares de la Casa de Campo). También es en tiempos de Carlos III cuando se levanta en el Reservado Grande la llamada "Faisanera", recinto destinado a la cría de estas aves (el rey incorporó a la función exclusivamente lúdica que hasta entonces había tenido el parque la productiva de explotaciones agrícolas, ganaderas y avícolas, con el fin de generar recursos que permitiesen el mantenimiento autosuficiente del parque). Hoy esta casa, muy reformada, se utiliza como dependencia municipal para servicios forestales.
Del primitivo jardín renacentista del Reservado Chico poco se conserva, pues desaparecieron de allí parterres y ornamentación, siendo ocupando el espacio hoy mayoritariamente por un vivero municipal. Lo que sí se mantiene es una curiosa galería de grutas artificiales cuya existencia es seguramente desconocida para la gran mayoría de madrileños, pues desde hace años permanece oculta a la vista general tras una valla (se construyó en su día una cubierta que protege la instalación, pero la falta de presupuesto viene impidiendo que se acometa realmente la verdadera restauración patrimonial).
Las galerías de grutas tenían una finalidad lúdica y fueron un tipo de construcción típico durante el renacimiento en zonas de esparcimiento asociada a jardines cortesanos. Estas de la Casa de Campo están construidas de ladrillo, con planta rectangular de unos 30 metros de longitud por más de 7 de anchura, dividiéndose el espacio en cinco estancias abovedadas a modo de cuevas, que están comunicadas entre sí y con la parte occidental del Reservado Chico. Por dentro, estas cuevas estaban adornadas con conchas y otros elementos que recreaban la naturaleza, encontrándose además ornamentadas con esculturas, fuentes y surtidores que proporcionaban un sugerente y especial ambiente a los paseantes. Cada una de las Grutas recibía un nombre distinto, como la "Sala del Mosaico", rica en policromía, la "Sala de Burlas", donde se ocultaban juegos de agua que mojaban divertidamente a los visitantes, o la "Gruta de Neptuno", en la que había una fuente y se representaba a dicho dios romano acompañado de Venus y Diana.
En el siglo XVIII sobre las Grutas se construyeron viviendas para los jardineros y guardianes del Palacete, viviendas que años después serían mandadas derribar por José Bonaparte cuando, reinando en España, utilizó frecuentemente dicho Palacete como residencia (dicen que se encontraba allí con sus amantes y que allí también iba a buscar una paz y una seguridad que a menudo no percibía en un Madrid que nunca llegó a quererle como rey). Durante largo tiempo la galería de grutas sufrió abandono y una parte de ellas quedó destruida definitivamente (a finales del siglo XIX se construyó sobre esa parte la torreta de guardia de estilo neomedievalista que actualmente permanece).
Confiemos en que Ayuntamiento y Conservación del Patrimonio no se olviden de este palacete y de sus reservados y algún día podamos verlos recuperados. ¿Por qué no rehabilitar el conjunto como museo histórico de la Casa de Campo? ¡Seguro que a mucha gente, madrileños y visitantes, les resultaría una propuesta atractiva!